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Escribe Ricardo Pérez Apellániz, sobre el Acto de lanzamiento de la Campaña Estrellas Amarillas en Daireaux, Bs.As.

Desde el génesis de la mirada humana, desde la primera experiencia del alboroto cósmico, las estrellas nos han acompañado. Las exploraciones iniciales del pensamiento que refieren remotas cosmogonías ya alertaban: olvidar las estrellas era como amputar el destino del hombre, hijo de la tierra que vivía bajo el cielo.


Desde entonces y hasta hoy, las estrellas pueblan las literaturas del mundo y de los tiempos. Quizá, porque pese a su abrumadora abundancia las estrellas se asocian a cada destino personal. Como tan bellamente dice Porchia, millones y millones de estrellas son dos ojos que miran…
Será por eso que los hombres traen estrellas a sus vidas y al hacerlo dan a la estrella –y a su vida- una profunda re-significación. Hombres que sin dejar de mirar hacia el cielo trabajan para transformar la tragedia en esperanza concreta: mejorar, mejorar-nos para evitar víctimas de tránsito Y de pronto, un día, cruza por nuestra circunstancia uno de esos hombres.


Julio Ambrosio, un titán que se arrancó las cadenas del dolor para tallar la vida, estaba en mi pueblo presentando su fundación Estrellas Amarillas en una hermosa mañana de sol otoñal rodeado por quienes supieron en su momento del dolor lacerante que provoca la pérdida irreparable.
Mi biografía ha sido generosa en actos y ceremonias. No sé exactamente cuántos aunque sí que fueron muchos y de distinto asunto. Pero si sé, que nunca antes un acto me emocionó tanto. Nunca antes palabras y silencios tuvieron en mí tanta plenitud.
Cuando Julio Ambrosio habló, las palabras se llenaron de sombras, la sombra de la ausencia proyectada sobre el amor en carne viva. Y se multiplicaron en cada corazón de los familiares, recogidos en sus espíritus en la memoria del dolor
Las Estrellas Amarillas, se ordenan para corregir, solucionar, evitar, vencer a la tragedia. Vencer la indiferencia, la improvisación, la inconciencia.
Crear, trabajar honrando las memorias de quienes son ausencias.


Creo que este desafío de la Fundación debiera prolongarse en cada conciencia personal. Millones de estrellas no debilitan la dignidad luminosa de ninguna. Siquiera la menor; apenas divisable. Como aquella ‘ inicial estrella de la tarde tan suficientemente solitaria’, a la que cantó Pedro Salinas

Muchas Gracias, Ricardo, por tus palabras. Nos llegaron al corazón.